Joven licenciad@ busca plan
Ideal de Granada. Nacho toquetea su ordenador sentado en el recibidor de la facultad. Tiene unas horas muertas que aprovecha para bucear en la red mientras llega la hora de comer. Tiene 24 años y es uno de esos miles de estudiantes que encaran con ilusión el final de su carrera universitaria. Estefanía apunta en su cuaderno la fecha del examen que le queda para terminar Sociología. Tiene 28 años y vino a Granada desde Gran Canaria, decepcionada por el bajo nivel que tenía allí la carrera. Olivia sonríe y tiene ganas de empezar sus nuevos proyectos, que son muchos. Su vitalismo contagia. Se ha pasado los últimos cuatro años haciendo una doble titulación llamada Doppia Laurea Trento-Granada, que le permitió pasar dos años viviendo en la ciudad italiana de Trento. Esa etapa ha llegado a su fin. Ahora en su cabeza solo hay una idea: comprarse un billete solo de ida con destino a Inglaterra. Ana y María vienen de la academia. Son las últimas clases a las que tendrán que asistir si todo sale como ellas esperan. Les quedan unas pocas asignaturas así que terminarán Turismo este mismo mes. Sus planes: salir de España. Estos cinco ejemplos forman parte de los 7.800 estudiantes que terminarán este año sus estudios universitarios en Granada. ¿Y ahora qué?, se preguntan. En un contexto de crisis mundial y a las puertas de lo que parece ser un cambio de paradigma, deberán enfrentarse a un futuro incierto y marcado en España por la lacra del paro. Fran Valero, orientador laboral de la Universidad de Granada (UGR) desde hace trece años lo tiene claro: «La formación es una gran inversión de futuro. Siempre vas a tener más posibilidades de encontrar trabajo con una carrera que sin ella», afirma convencido. Los últimos datos que la UGR tenía sobre egresados decían que la mitad de los licenciados o diplomados que acababan tenían trabajo al año siguiente. Este porcentaje aumentaba considerablemente en las carreras con mejor pronóstico: las sanitarias, como Medicina u Odontología, y las ingenierías no vinculadas a la construcción. Pero las conclusiones de los últimos estudios son claras: las promociones más recientes en el tiempo tienen más dificultades que las anteriores para acceder al mercado laboral. Ana cree que la situación actual obstaculiza más la búsqueda de un empleo, ya que cada vez hay más demanda y menos oferta. Esto lo ha notado sobre todo al terminar sus prácticas de Turismo en un hotel de una reconocida cadena: «La mayoría de los trabajadores que había entraron hace unos años tras hacer sus prácticas y ahora, en cambio, es casi imposible que te cojan», subraya. Sin embargo, Olivia se muestra algo más optimista y acepta de buen grado los tiempos que le ha tocado vivir. «No creo que sean peores que los que tuvieron nuestros abuelos o nuestros padres», comenta. Al igual que ella, Nacho no se arruga por el atenazante contexto en el que tiene que pelear por su futuro: «Nada te cae del cielo, da igual en que época vivas: si te quedas sentado en el sillón no encontrarás nada», expresa enérgico. Empleo Público El inminente ambientólogo vincula su futuro, al igual que el de otros muchos licenciados, a una oposición: «Quiero ser guardia civil del grupo de rescate en montaña», cuenta. Nacho sabe que no corren buenos tiempos para presentarse, pero lo va a intentar. El empleo público siempre ha sido una de las salidas profesionales más solicitadas, debido a la estabilidad que suponía tener un puesto de trabajo ‘para toda la vida’. Pero ahora ha cambiado la situación. Aprobar una oposición en la actualidad ya no garantiza conseguir un puesto de trabajo. Además, la mayoría de las pruebas se han paralizado y, si se convoca alguna, las plazas son pocas. «No nos queda otra que aceptar los tiempos, lo que no podemos hacer es encima venirnos abajo», comenta el futuro montañero. Olivia, tras su doble titulación, pretende aprender inglés para, en 2013, preparar la oposición para ser inspectora de policía. Tampoco se desanima al pensar en las dificultades que tendrá que enfrentarse para alcanzar su objetivo. «Tengo mucho adelantado. Me he sacado los carnés que necesitaba y, en 2013, después de aprender inglés, me pondré con la oposición». Olivia es una de esas afortunadas que, una vez terminado su periplo universitario, es capaz de visualizar a la perfección lo que va a ser su futuro. Pero no todo el mundo tiene esa facilidad para vislumbrar qué va a ser de ellos. Estefanía ha pasado el último año haciendo un máster en Criminología mientras acababa las dos asignaturas que le quedaban para terminar su carrera. Lleva exactamente tres meses repartiendo currículos y, hasta el momento, ha tenido tan solo una entrevista. «Se invierte menos en investigación y eso a los universitarios nos perjudica a mucho» subraya. Esta socióloga de 28 años y afincada en Barcelona, ha probado también en el extranjero, concretamente en Francia, y asegura que las cosas no están mucho mejor que en España. Por lo que, según su experiencia, para «maltrabajar fuera, maltrabaja aquí». Fuga de cerebros Esta afirmación rompe con una tendencia que se está afianzando a velocidad viral entre el colectivo universitario español: «Fuera hay más y mejor». Según los datos, el número de españoles en el exterior se ha incrementado un 21,9% desde el año 2008, conforme muestra el Censo de Españoles Residentes Ausentes (CERA). La estadística recuerda a los tiempos en que Juanito Valderrama se despedía entre lamentos de su España querida. Para Ana, que tiene muchas ganas de trabajar y de cambiar de aires, la única solución es hacer las maletas y marcharse al extranjero. Esta granadina no se lamenta por tener que emigrar. «Aquí no hay trabajo», afirma contundente. Ella consideraría «un fracaso personal» quedarse en la ciudad que le vio nacer. Esta forma de ver el futuro emparenta con la de su amiga María, que asegura que tiene claro que su porvenir estará ligado a tierras galas. «Hice mis prácticas allí y tengo la posibilidad de continuarlas, así que volveré», cuenta. Ambas tienen claro que se irán allá donde crean que tienen mejor mañana y, de momento, para ellas eso significa cruzar la frontera. La llamada fuga de cerebros es un hecho y es producto propio de la desesperación de unos jóvenes que tras coleccionar títulos, cursos e idiomas, son incapaces de incorporarse a un mercado laboral que les ha cerrado las puertas. O más bien, las ha abierto bajo demasiadas condiciones. Nacho ya estuvo un año en la República Checa y también consideraría con buenos ojos lo de pasar una temporadita fuera de España. Siempre y cuando se le cerrase la vía de la oposición, claro. «Tengo pensado apuntarme a un proyecto de progreso y desarrollo en África sobre restauración forestal», dice. Su plan B sólo lo contemplaría como una manera de optimizar su tiempo hasta que encuentre un acomodo merecedor de su formación y conocimientos. Sabedor de las circunstancias actuales, y aunque se muestra ilusionado, a estas alturas ni él ni nadie pueden negar que la situación del mercado de trabajo dista mucho de ser óptima. El exceso de egresados universitarios contrasta con el exhausto e incapaz modelo productivo que los tiene que acoger . Además, el sentimiento colectivo de desamparo social va ‘in crescendo’. Lo que suma toda una ecuación que tiene como resultado principal la frustración personal y el desprestigio y desapego al país. Y es en este contexto en el que se explica el éxodo juvenil. Sin embargo, y a pesar de este clima de pesimismo, a los recién graduados todavía les puede más la ilusión del proyecto que está por venir. «El talante positivo es lo que más prima entre los chicos que desean trabajar», cuenta el orientador. Sea como fuere, solo a ellos les pertenece su futuro y en sus manos está que consigan todo aquello que un día se propusieron. Suerte.
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